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sábado, 11 de octubre de 2014

Hora Septima y hora Nona.




HORA SEPTIMA: EL FORO




Desde el amanecer hasta última hora de la noche la actividad en una ciudad como Roma era febril.

En la vida de un ciudadano romano, apenas tenía cabida la ociosidad.
Las actividades lúdicas, profesionales o ciudadanas les mantenían constantemente ocupados.

Y ocupados nos va a tener a nosotros Javier Cabrero Piquero, doctor de Historia Antigua de la Uned.

Acabamos de volver de comer, y será metiéndose en el papel de un romano llamado GAYO ASINIO POLION, que de camino al foro, nos va a explicar cómo transcurre esa hora séptima.













La visita al foro era obligada y casi cotidiana.

Allí se enteraban de las noticias, de las nuevas conquistas y también de los desastres militares.

Era fuente de chismorreos ciudadanos y también de falsas noticias.

Era el mentidero de la ciudad.

En un principio era un espacio abierto, sin edificios, en el que la gente se reunía los días de mercado y en las fiestas religiosas, para las elecciones y para otros acontecimientos públicos; con el tiempo, se convirtió en el centro político donde estaban los edificios civiles y administrativos y los templos más importantes.

Con frecuencia tenía arcos en ambos extremos de las calles o carreteras que lo atravesaban.

Esa plaza, cuyo nombre significa mercado, estaba rodeada de tiendas que, andando el tiempo, fueron reemplazadas por monumentos.

En el Foro era donde se reunían el senado, los tribunales y las asambleas populares.






 




Al lado se alzaba la basílica Emilia, edificio que servía de tribunal.

En las inmediaciones había varios templos, entre otros el de Vesta y el de Cástor y Pólux.





La plaza misma estaba adornada con arcos de triunfo, estatuas y monumentos de todo género; el más famoso era la tribuna de las arengas o Rostrales, cuya decoración consistía en los espolones de las galeras tomadas al enemigo. 





Todas las vías romanas partían de un poste dorado, colocado en medio del Foro, con lo cual se indicaba que la cabeza del imperio romano estaba allí.





El senado estaba instalado en un palacio llamado la Curia, vasta sala situada en un declive y amueblada con bancos de madera, únicamente.

Esa asamblea se componía de trescientos a seiscientos miembros escogidos por los censores, entre los ciudadanos que habían desempeñado por lo menos las funciones de cuestor; se reunía en la Curia o palacio del senado, bajo la presidencia de un cónsul o de un pretor 





Las sesiones no eran públicas; pero la puerta de la Curia estaba siempre abierta.





El presidente leía el texto del proyecto en deliberación y tomaba la opinión de los senadores, interrogándolos uno a uno.

El que tenía derecho a ser interrogado primero, se llamaba princeps senatus.

La palabra era libre, y no podía ser retirada a un orador.





Cerrada la discusión, se pasaba al voto, que no se hacía ni por medio de boletines ni alzando la mano. 







Los senadores se levantaban e iban a colocarse en hilera, unos a la derecha y otros a la izquierda de la sala, luego se contaba el número de personas de cada grupo. 



Adoptada la proposición, ésta se convertía en decreto llamado senado consulto.

Los tribunos de la plebe asistían a esas deliberaciones y podían suspenderlas con su veto.












En el Foro había siempre manifestaciones "oficiales". 


Era allí donde los magistrados tenían su sede y sus despachos: los cónsules y los senadores en la Curia, los tribunos de la plebe en el Comicio, los pretores en los tribunales. 


Desde la tribuna de los Rostros, los magistrados y los candidatos a los cargos públicos peroraban a la muchedumbre, en el Comicio el pueblo elegía las magistraturas y en la Curia se reunía el Senado. 


Allí se hacían las procesiones religiosas y los sacrificios a los dioses, así como los grandes acompañamientos fúnebres que a veces se detenían ante los Rostros, desde donde se pronunciaba el elogio al difunto



En la plaza, antes de la construcción de los anfiteatros, se hacían las luchas de gladiadores ofrecidas al pueblo gratuitamente. 











Un panorama lleno de animación y sumamente atractivo de la vida que se desarrollaba en el Foro durante la época republicana nos la da Plauto en su comedia "Curculio", subrayando con agudeza el aspecto característico de cada lugar, según las personas que lo frecuentan:



"Allá, en el Comicio en donde están sentados los jueces y desde la tribuna en donde hablan los oradores, ves a los perjuros, mentirosos y simuladores; cerca de la estatua de Marsia, abajo en la plaza, los abogados, pleiteantes y testigos; cerca de las tiendas viejas y nuevas frente a la basílica, las rameras, los banqueros, usureros y corredores; en el ínfimo foro, las personas serias y de bien que tranquilamente se entretienen; en el medio, al lado del canal, la canalla (canilicolae), los parásitos que esperan las propinas de los ricos, y los ebrios; en la parte alta, los murmuradores y maldicentes. Detrás del templo de los Cástores y del Vico Tusco, se reúne la gente asquerosa y de mala fama; en el Velabro vemos a los horneros, carniceros, arúspices, jóvenes afeminados; junto a la fuente de Juturna, los enfermos que beben su agua milagrosa; en el cercano mercado del pescado, los sibaritas. Además, por doquiera, una muchedumbre de ociosos y vagabundos, los forenses, que cuando no están ocupados en juegos de azar, se dedican a propagar noticias falsas y juzgan con la mayor ligereza los actos del gobierno..."






























La última ponencia del viernes se refiere también a la última actividad social tal vez, de los romanos.

Aunque después vendrá la cena (que veremos mañana sábado) hoy, Juan José Palao Vicente, profesor de la Universidad de Salamanca  nos va a hablar de






HORA NONA: 
DIVERSIÓN Y ESPECTÁCULOS






Los romanos apreciaban mucho el ocio, y lo usaban, sobre todo, para realizar actividades divertidas y placenteras, además de para socializar entre ellos.

Cada clase social tenían diferentes diversiones pero todas compartían cosas en común, como las fiestas religiosas, los espectáculos y otras celebraciones típicas de la cultura romana.



Los emperadores recreaban al pueblo con grandes y repetidas fiestas. 

En Roma había ciento sesenta y cinco días de fiesta al año, algunas de ellas duraron cien días seguidos.

Dichas fiestas eran espectáculos que se celebraban en el teatro, en el circo y en el anfiteatro. 

Empezaban por la mañana y se terminaban a la puesta del sol. Cuando asistía el emperador se repartían sorpresas, golosinas y vino.




TEATROS: En los teatros se representaban comedias, tragedias, farsas y pantomimas. 

Las comedias eran las obras dramáticas que Plauto y Terencio traducían o imitaban del griego, y que tanto gustaron a los romanos  hasta el siglo IV. Las tragedias eran menos apreciadas. 




 

Las farsas o atelanas, así llamadas porque, según Diomedes, ese género dramático se creó en Atela, ciudad de Campania, eran piezas en un acto, muy jocosas, parecidas al entremés o al sainete que conocemos.





La pantomima era una pieza dramática en que el actor, mimo o pantomimo, en vez de hablar, explicaba lo que sentía por medio de gestos. 











El teatro romano era, pues, un espectáculo que recreaba la vista, más que el espíritu.







CIRCO ROMANO: El circo, estaba destinado a las carreras; pero también podía servir para realizar representaciones que conmemoraban los acontecimientos del Imperio, como las naumaquias (batallas navales simuladas), que requerían llenarlo con agua (hay restos de conducciones para ese fin en el circo romano de Calahorra). 


Los circos romanos, inspirados en los hipódromos y estadios griegos, solían ser de medidas mucho mayores que estos; eran recintos alargados con remates circulares en los extremos y con una arena recorrida en su centro por una barrera central (la spina, donde se solían colocar columnas, estatuas y obeliscos conmemorativos) que formaba dos calles por donde corrían las cuadrigas tiradas por caballos. 

Los contadores de vueltas solían ser huevos de piedra o estatuillas de delfines. 

En el circo se daban carreras de carros y de caballos.y llegaban a tener cabida para 300,000 espectadores.



La planta tenía la forma de un paralelogramo alargado, cerrado por un lado  en semicírculo donde se abría la puerta triunfal, y en el lado opuesto, por una línea convexa se situaban las cocheras. 

Las gradas ocupaban tres lados, y la arena o pista estaba dividida longitudinalmente, aunque no por completo, por un muro de poca altura, llamado espina (espina dorsal de la pista) en cuyos extremos se alzaban sendos hitos cónicos, bastante altos y dorados, que eran las metas. 
La pista tenía casi un kilómetro de extensión y era preciso darle la vuelta siete veces en cada carrera.



Cada día había veinticuatro carreras, comprendiendo cada una cuatro carros tirados por dos  caballos (biga) o por cuatro (cuadriga). 

Los aurigas se distinguían por el color de la túnica, según: la cuadra, orden o bando a que pertenecían verde alusivo a la primavera; rojo al verano; azul, al otoño y blanco, al invierno.

Los emperadores dieron gran solemnidad a las carreras.

Los  juegos comenzaban con una procesión que dirigía el magistrado que presidía los juegos, y que a partir de Calígula, dirigió el emperador; procesión en la que figuraban los magistrados, los clientes, la flor y nata de la juventud romana, los aurigas, los luchadores, cerrando la comitiva, los sacerdotes y las corporaciones religiosas, las cuales acompañaban las imágenes de los dioses, con sus símbolos y atributos.











LOS ANFITEATROS: Los anfiteatros poseen forma elíptica, con variación en la proporción de ambos ejes según su capacidad, y con un espacio libre llamado arena en el centro que se destina a la acción.

El público se sitúa en los anfiteatros en todo su contorno y rodeando la arena. 



Los espectadores observan las luchas que se desarrollan en el centro, pero al contrario de los teatros, estos edificios no precisan de una buena acústica, por ello algunos pueden alcanzar un gran tamaño y tener un gran aforo de espectadores.




El graderío (cávea) se divide en cuatro zonas, siendo la inferior para los senadores y altos cargos de la administración romana, la zona media para la plebe y la superior para las mujeres y los carentes de derechos. 



Primero se construyeron mediante piedra tallada, posteriormente se utilizó el hormigón y se dispusieron arquerías y bóvedas. 



Los espectáculos más típicos del anfiteatro eran luchas de gladiadores, peleas de fieras y simulacros de batallas navales. 




Los gladiadores combatían a pie, a caballo y en carros. Luchaban en parejas o en grupos.





Entre los gladiadores se distinguían los samnitas, que se presentaban casi desnudos, y llevaban un gran escudo cuadrado y un sable corvo; los mirmillones, armados como los legionarios; los hoplitas, cubiertos de hierro como los caballeros de la Edad Media; los tracios, cubierta la cabeza con casco de anchas alas; los reciarios, armados solamente con una red de pescar y un tridente,  los gladiadores llamados bestiarios, luchaban con animales feroces.











LOS BAÑOS PÚBLICOS:



Los baños romanos abrían al mediodía y cerraban al ponerse el sol.

En los lugares destinados al baño había departamentos separados para hombres y mujeres; si no había espacios separados, el establecimiento abría unas horas al día para mujeres y otras para hombres.

En algunas ocasiones, durante el Imperio, se permitió el baño conjunto a hombres y mujeres.



Ya no solo se realizaban los actos de limpieza y relajación, así como aquellos medicinales cuando las aguas tenían propiedades curativas, sino que se añadía un cuidado del cuerpo que incluía prácticas deportivas y un ritual de masajes con diferentes sustancias como esencias y aceites especiales.



El nombre de termas se aplica por primera vez a unos baños construidos por Agripa en el año 25 d. C. Nerón construyó unas termas en el campo de Marte, hoy totalmente desaparecidas. 
Las primeras termas de carácter monumental son las que inició Domiciano e inauguró Trajano, pero fueron ampliamente superadas por las de Caracalla, cuya inauguración tuvo lugar el año 216.



El uso de las termas se generalizó en el mundo romano a partir del siglo I a. C., cuando se descubrió un sistema que permitía calentar y distribuir el aire caliente gracias al ingeniero Cayo Sergio Orata. Su uso fue difundido por el Imperio romano a toda Europa.








Las actuales ruinas de las termas romanas de Caracalla dan idea del monumental tamaño del complejo termario que se extendía con servicios como biblioteca o tiendas. Estas instalaciones, construidas alrededor del año 217, tenían un aforo de 1.600 usuarios. 


Las termas de Diocleciano, otras de las importantes instalaciones de este tipo de la capital del Imperio, fueron remodeladas por Miguel Ángel que convirtió su tepidarium en la iglesia de Santa María de los Ángeles.



Los restos termales romanos más antiguos de los que hay noticia son las termas de Pompeya, datadas en el siglo II a. C.












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