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lunes, 29 de septiembre de 2014

Viernes 19.





Este año nos hemos portado muy bien.

Aunque hemos intentado cenar todos juntos (al menos el grupo que nos juntamos todos los años) hemos sido capaces de acostarnos a una hora adecuada y prudencial.

¡Si ni siquiera hemos pasado por “Faraón” a ver a mi familia!




Por eso, cada mañana estábamos como un clavo en la sede de la Uned, disfrutando del mundo romano.





Y así será el viernes, cuando Sabino Perea Yébenes (profesor titular de Historia Antigua en la Universidad de Murcia) nos hable de




HORA SECUNDA: Puertas Abiertas.






Ese momento, a primera hora de la mañana en la que el Señor de la casa (Pater Familias) recibe a sus clientes.

Un cliente era un romano que se encontraba bajo la protección de otro










Cada unidad familiar constaba de un pater familias o padre de familia bajo cuya autoridad y tutela se hallaba la esposa, los hijos, los esclavos de su propiedad y los clientes, si la familia era lo bastante importante como para tenerlos.



Los CLIENTES estaban considerados como una parte especial de la familia ya que la clientela era una institución muy arraigada en la sociedad romana. Las familias importantes se vanagloriaban del número de clientes que tenían y su prestigio y poder dependían en buena parte de ellos.



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Como ya sabemos, la estructura de la domus (casa familiar romana) incluía una pieza a la entrada que permitía acoger a los clientes; aunque lo habitual era permitir su entrada en espacios más privados según su rango o nivel de confianza (los más humildes se quedaban en la entrada, mientras que a algunos se les permitía llegar hasta el peristilus).





Cuantos más clientes tuviera, a más prestigio (dignitas) accedía un romano que pretendiera ser importante.

La condición del cliente, hereditaria, le hacía ser considerado parte la familia de su patrón, sometido a la autoridad del paterfamilias; así como miembro menor (gentilicius) de la gens de su patrón, con lo que estaba sometido a la jurisdicción y disciplina de la gens y podía acceder a sus servicios religiosos, incluyendo los ritos funerarios, siendo sus restos enterrados en su sepulcro común. Los libertos pasaban a ser clientes de sus anteriores propietarios.





Las relaciones de clientela o de patronazgo obligaban a mantener fides ("lealtad" y "confianza" mutuas) entre patrón y cliente. Como consistían en acuerdos privados, quedaban fuera del control estatal; pero se consideraban una mos maiorum ("costumbre ancestral") y un vínculo de orden religioso, que incluía la dependencia al patrón para la consulta de los auspicia y las ofrendas a los lares. 




El cliente solía provenir de una familia empobrecida o de origen humilde o extranjero que solicitaba la protección de un romano poderoso. 


El mantenimiento de las obligaciones recíprocas entre cliente y patrón se manifestaba cotidianamente con la costumbre denominada salutatio matutina ("saludo de la mañana"), que obligaba al cliente a madrugar para acudir a casa de su patrón para saludarle y recibir comida, dinero o algún otro presente (la sportula -"pequeña espuerta", esportillo o cesta); y se ponía a disposición de lo que éste pudiera demandar de él (por ejemplo, acompañarle a algún acto público, donde estaba obligado a manifestarle su aprobación y apoyo). 


El que el patrón devolviera el saludo, citándole por su nombre, era una muestra de confianza y reconocimiento. 


El orden de recepción venía determinado por el rango del cliente. 


Olvidar el tratamiento que debía darse al patrón (el título de dominus), podía dar lugar a ser despedido sin recibir la sportula. 


Se debía acudir vestido propiamente, con toga, requisito que para los más pobres era difícil de cumplir, en cuyo caso se esperaba fuera su propio patrón el que se la facilitara. 

Por muy molesto que fuera para el patrón mantener este ritual cotidiano, desatender las quejas y peticiones de sus clientes, o no responder a su saludo, era considerado una pérdida de reputación







Quinto Tulio Cicerón, en De petitioniis consularibus, distingue tres clases de clientes: los que vienen a saludarte a tu casa, los que llevas al foro y los que te siguen a todas partes, y aconseja acordar un precio a la exclusividad de los primeros, para evitar el abuso frecuente que suponía que algunos clientes acudieran a saludar a varios patrones distintos el mismo día; también aconseja llevar tantos como se pueda al foro, porque el número de clientes que acompaña a un candidato determina su reputación.







En la ciudad de Roma (teniendo en cuenta que el coste de la vida era más caro que en otras ciudades), la tarifa de dos sextercios se consideraba adecuada a comienzos de la época imperial (en tiempo de Trajano, seis sextercios), cuando ya había decaído la costumbre de los pagos cotidianos en especie (que se reservaban a ocasiones concretas, como proporcionar entradas para un espectáculo -especialmente cuando lo organiza el patrón-, ropa para el año nuevo, o lo necesario para celebrar una boda). 
 
Era habitual que los clientes fueran citados en el testamento dejándoles alguna parte de la herencia.



Los caprichos extravagantes de los patronos, y la adulación y el servilismo de los clientes, podían llegar a extremos ridículos, como denunciaron Petronio, Juvenal y otros satíricos (no pocos de ellos, como muchos otros literatos romanos, también clientes protegidos precisamente por esa condición).







Con la palabra latina parasītus (castellanizada "parásito"), proveniente de la griega παράσιτος (parásitos, "comensal"), se designaba peyorativamente a los clientes considerados como vagos que vivían a costa de sus patronos.


 


 



















Después de un café en el bar acostumbrado, volvemos al Centro Asociado.

Ahora es Pilar Fernández Uriel, profesora titular de Historia Antigua en la Uned,    

 quien nos habla de 











La hora Quinta: en la calle










Las calles de Roma eran en su mayoría estrechas, ruidosas sucias y por la noche peligrosas, ya que la oscuridad amparaba a ladrones y asesinos...






El agua llegaba a la ciudad por medio de acueductos mientras que los desechos se eliminaban por cloacas.




En lugar de un sistema racional de comunicaciones, las calles de Roma eran una maraña sin forma que, en parte, había heredado una primitiva concepción agrícola, al dividir sus vías en tres tipos: itinera –caminos para peatones-, actus –caminos exclusivamente para un carro- y viae –caminos donde podían cruzarse dos carros o ir dos carros a la par-.  




Cuando la ciudad de Roma enfrento el problema de la superpoblación una ley que prohibía transitar con vehículos de ruedas de modo que solo podían circular después del atardecer.




 


El poeta Marcial se lamentaba: ``En Roma no hay un lugar donde un pobre pueda hallar serenidad ´´.







Las ciudades eran populosas y sucias.

Los ricos disponían de casa urbanas amplias, pero la mayoría de la gente vivía en muy malas condiciones.






La mayoría de las casas no tenían cañerías y los desechos eran vertidos en desagües comunales.

La enorme mayoría de los romanos se apiñaba en las ``insulae´´, edificios de departamentos de hasta ocho pisos, que ni siquiera contaban con las comodidades básicas.






En general carecían de agua corriente y también de cocina (por el temor a incendios, que eran muy frecuentes) 


La comida y la bebida debían subirse por las escaleras mientras que la basura y los excrementos debían bajarse por la misma vía...aunque no era raro que los arrojaran por la ventana.


Con frecuencia había derrumbes-muchos arquitectos agregaban pisos de más a las ``insulae´´ que estas no podían sostener y también incendios (debido al uso de velas, lámparas de aceite, etc.) para los cuales existía una brigada de  bomberos equipados con: bombas manuales, baldes, ganchos y hachas, pero rara vez podían salvar las casas que se incendiaban











En la planta baja de estas insulae había locales a la calle especializados en un producto específico (Carnes, cereales, etc.).


Como la mayoría de la gente no tenía cocina la compraba caliente en estos locales callejeros.


En estos locales se encontraban también orfebres, herreros, alfareros, tintoreros, curtidores, barberos, vendedores de remedios, panaderos, pasteleros.


Se encontraban talleres de maestros alhamíes, peones, yeseros…etc.


 Además de estos locales había cientos de Vendedores ambulantes que pregonaban sus productos a gritos.


Las ocupaciones consideradas dignas para un romano eran la carrera política, la carrera militar y la profesión de abogado.


Todo patricio que se preciara, obtenía sus ganancias de la posesión de sus tierras, el trabajo de los esclavos y los cargos públicos.







Había una categoría de ciudadanos que vivían sin un trabajo definido, los plebeyos mantenidos por el Anona, es decir por el Estado.

Un día determinado del mes retiraban la tarjeta que les daba derecho a recibir víveres gratuitamente para ellos y sus familias.

Alimentándolos se les mantenía pródigos y dóciles.





Caso aparte eran los comerciantes, algunos eran tan ricos como los patricios. 



Para sus negocios construían o fletaban barcos. Importaban granos de Egipto, fruta, verdura y vino de Italia, madera y lana  de las Galias, mármol de Toscana y Grecia, aceite, plata y plomo de Hispania, ámbar del Báltico, vidrio de Fenicia, incienso de Arabia, dátiles, papiros y marfil de África, especias, corales, piedras preciosas y seda de Asia.



Existía pues un activo comercio.